JOSÉ DE LA CUADRA
Los Sangurimas
Nicasio Sangurima, un viejo, de pensamiento mítico, supersticioso como todo su pueblo, incestuoso, ambicioso, mujeriego, sinvergüenza y corrupto. Vivía en una casa en la hacienda la Hondura junto con sus 3 hijos: Ventura, Terencio y Ufrasio. Pero esta no era una familia común y corriente, pues ellos eran montubios. Los montubios se caracterizan por estar fuertemente ligados a la tierra y a sus costumbres. Se comparan con el matapalo, que es un árbol originario de la costa, que tiene grandes raíces que se clavan en la tierra; es decir, es muy difícil de sacar de donde nació. Así eran los Sangurimas, personas fuertes, necias y muy pegadas a sus costumbres y lugar de nacimiento.
Se podría decir, con este libro, que la actitud de las personas
depende de su situación social y contexto. Aquí, no había lugar para debiluchos ni llorones, pues estamos hablando de un contexto social totalmente machista. Este era un pueblo de machos, es decir, hombres que tenias muchas mujeres, que no le tenían miedo a nada, que no les importaba las otras personas, etc. Esto es, porque simplemente fueron criados así. Como antes mencioné, estamos hablando de una sociedad muy machista, pero cuando digo esto, no solo me refiero a los hombres; las mujeres también se consideran machistas al aceptar las “tradiciones” sin refutarlas ni ponerse en contra de ellas. En esta sociedad, los hombres tenían hijos por montones y se hacían llamar “bragueta brava”, aparte de eso, se da mucho el incesto como algo común y corriente. Ña Nicasio, así como otros hombres del pueblo, tenían hijos con sus primas y hasta con sus hermanas. Nadie reprochaba esta conducta por lo que pensaban que era totalmente normal.
El conflicto principal de la historia se da cuando los tres nietos de Nicasio, que se hacían llamar
“los tres Rugeles”, comienzan a pretenderá las tres hijas de Ventura, que eran mujeres muy bellas y coquetas. Tras este hecho, se desata una controversia, pues todos estos chicos eran primos. Este es un ejemplo claro de todo lo antes mencionado.
Los Rugeles llegan a convertirse en los antagonistas de la historia. Pero no son los antagonistas
de Nicasio, que es el protagonista, sino se podrían definir como los antagonistas de la sociedad por sus acciones, cuando Ventura no les permite casarse con sus hijas; y ellos, con un furia y sed de venganza deciden engañar a una de las chicas con falsas promesas, la violan y la matan. Con este acto, Don Nicasio queda devastado, y al ver que estos tres jóvenes son encarcelados, se vuelve loco, porque eran sus protegidos, sin ver la realidad de las cosas: que eran unos criminales y que debían pagar.
En esta historia tenemos a un narrador omnisciente multiselectivo, es decir, el que narra
hechos, pensamientos y sentimientos de los personajes pero no está en la historia y no muestra su propia línea de acción. En la historia también se muestran muchos diálogos y palabras de misma boca del protagonista, por ejemplo cuando menciona: “yo soy hijo de gringo” o “el que cuente los granos de la mazorca sabrá el número de hijos que he de tener”. Gracias a que hay estos diálogos entre los personaje de esta novela se puede ver que el nivel de lenguaje es vulgar, mostrándose poca cultura. Este nivel se caracteriza por el uso de pocas palabras, oraciones cortas y sin terminar y el uso de vulgarismos.Para concluir, en esta novela se pueden ver muchos temas como son el abuso de poder, el
machismo, y sobre todo la ignorancia de un pueblo montubio, que por estar aislado geográficamente,
vive como en su propio mundo, con tradiciones y reglas que si bien se siguen viendo hasta el día de hoy, se podría decir que no son tan marcadas como se nos muestra en esta novela.
DEMETRIO AGUILERA MALTA
El cholo que se vengó
-Tei amao como naide ¿sabes vos? Por ti mci hecho marinero y hei viajao por
otras tierras... Por ti
hei estao a punto a ser criminal y hasta hei abandonao a mi pobre vieja: por ti que me habís cngañao y te habís burlao e mi... Pero mei vengao: todo lo que te pasó ya lo sabía yo dende antes. ¡Por eso te dejé ir con ese borracho que hoi te alimenta con golpes a vos y a tus hijos! La playa se cubría de espuma. Allí el mar azotaba con furor, y las olas enormes caían, como peces multicolores sobre las piedras. Andrea lo escuchaba en silencio. -Si hubiera sío otro... ¡Ah!... Lo hubiera desafiao ar machete a Andrés y lo hubiera matao... Pero no. Er no tenía la curpa. La única curpable eras vos que me habías engañao. Y tú eras la única que debía sufrir así como hei sufrió yo... Una ola como raya inmensa y transparente cayó a sus pies interrumpiéndole. El mar lanzaba gritos ensordesedores. Para oír a Melquíades ella había tenido que acercársele mucho. Por otra parte el frío... -¿Te acordás de cómo pasó? Yo, lo mesmo que si juera ayer. Tábamos chicos; nos habíamos criao juntitos. Tenía que ser lo que jué. ¿Te acordás? Nos palabriamos, nos íbamos a casar... De repente me llaman pa trabaja en la barsa e don Guayamabe. Y yo, que quería plata, mejuí. Tú hasta lloraste creo. Pasó un mes. Yo andaba po er Guayas, con una madera, contento e regresar pronto... Y entonces me lo dijo er Badulaque: vos te habías largao con Andrés. No se sabía nada e ti. ¿Te acordás? El frío era más fuerte. La tarde más oscura. El mar empezaba a calmarse. Las olas llegaban a desmayar suavemente en la orilla. A lo lejos asomaba una vela de balandra. -Sentí pena y coraje. Hubiera querido matarlo a ér. Pero después vi que lo mejor era vengarme: yo conocía a Andrés. Sabía que con ér sólo te esperaban er palo y la miseria. Así que er sería mejor quien me vengaría... ¿Después? Hei trabajao mucho, muchísimo. Nuei querido saber más de vos. Hei visitao muchas ciudades; hei conocido muchas mujeres. Sólo hace un mes me ije: ¡anda a ver tu obra! El sol se ocultaba tras los manglares verdinegros. Sus rayos fantásticos danzaban sobre el cuerpo de la chola dándole colores raros. Las piedras parecían coger vida. El mar se dijera una llanura de flores polícromas. -Tei hallao cambiada ¿sabes vos? Estás fea; estás flaca, andas sucia. Ya no vales pa nada. Solo tienes que sufrir viendo como te hubiera ido conmigo y como estás ahora ¿sabes vos? Y andavete que ya tu marido ha destar esperando la merienda, andavete que sino tendrás hoi una paliza... La vela de la balandra crecía. Unos alcatraces cruzaban lentamente por el cielo. El mar estaba tranquilo y callado y una sonrisa extraña plegaba los labios del cholo que se vengó.
ALFREDO PAREJA DIEZCANSECO
Baldomera
Baldomera es una joven corpulenta y gorda que tiene un negocio de comida en guayaquil; convive con Lamparita un profugo de la justicia. Tiene dos hijos Inocente de quien no sabe cual es su padre y de Polibio el hijo entre ella y Lamparita. Su vida transcurre en su puesto de comidas y la fuertes pelas con su marido, como la que le sucedio cuando encuentra a su marido con Candelaria una prostituta de Guayaquil y ex novia de Lamparita. Se recalca la fuerza de Baldomera asi como su valiente participacion en el levantamiento popular del 15 de noviembre de 1922, tambien cuando apoyo a la huelga obrera del aserradero de San Luis en Guayaquil En otra parte del relato Polibio parte con su mujer Celia Maria a Catarama para buscar trabajo, se da cuenta de que su mujer simpatiza con don Honorio Paredes dueño del aserradero; y le propina cuchilladas a su mujer, llevado por los celos. Baldomera para proteger a su hijo asume el delito y termina el relato, con la miseria y degradacion de la vida de Baldomera en la penitenciaria, pena que pasa por 2 años.
JOAQUÍN GALLEGOS LARA
El Guaraguao
Era una especie de hombre. Huraño, solo: con una escopeta
de cargar por la boca un guaraguao.
Un guaraguao de roja cresta, pico férreo, cuello
aguarico, grandes uñas y plumaje negro. Del porte de
un pavo chico.
Un guaraguao es, naturalmente, un capitán de gallinazos.
Es el que huele de más lejos la podredumbre
de las bestias muertas para dirigir el enjambre.
Pero este guaraguao iba volando alrededor o posado en el
cañón de te escopeta de nuestra especie de
hombre.
Cazaban garzas. El hombre las tiraba y el guaraguao
volaba y desde media poza las traía en las garras
como un gerifalte.
Iban solamente a comprar pólvora y municiones a los
pueblos. Y a vender las plumas conseguidas.
Allá le decían "Chancho-rengo".
—Ej er diablo er muy pícaro pero siace er
Chancho-rengo...
Cuando reunía siquiera dos libras de plumas se las iba a
vender a los chinos dueños de pulperías.
Ellos le daban quince o veinte sucres por lo que valía lo
menos cien.
Chancho—rengo lo sabía. Pero le daba pereza disputar.
Además no necesitaba mucho para su vida.
Vestía andrajos. Vagaba en el monte.
Era un negro de finas facciones y labios sonrientes que
hablaban poco.
Suponíase que había venido de Esmeraldas. Al preguntarle
sobre el guaraguao decía:
—Lo recogí de puro fregao... Luei criao donde chiquito,
er nombre ej Arfonso.
—¿Por qué Arfonso?
—Porque así me nació ponesle.
Una vez trajo al pueblo cuatro libras de plumas en vez de
dos. Los chinos le dieron cincuenta sucres.
Los Sánchez lo vieron entrar con tanta pluma que
supusieron que sacaría lo menos doscientos.
Los Sánchez eran dos hermanos. Medio peones de Un rico,
medio sus esbirros y "guardaespaldas".
Y cuando gastados ya diez de los cincuenta sucres,
Chancho-rengo se iba a su monte, lo acecharon.
Era oscuro. Con la escopeta al hombro y en ella parado el
guaraguao, caminaba.
No tuvo tiempo de defenderse. Ni de gritar. Los machetes
cayeron sobre él de todos lados. Saltó por
un lado la escopeta y con ella el guaraguao.
Los asesinos se agacharon sobre el caído. Reían
suavemente. Cogieron el fajo de billetes que creían
copioso.
De pronto. Serafín, el mayor de los hermanos, chilló:
— ¡Ayayay! ¡Ñaño, me ha picao una lechuza! Pedro, el
otro, sintió el aleteo casi en la cara. Algo
alado estaba allí. En la sombra. Algo que defendía al muerto.
Tuvieron miedo. Huyeron.
Toda la noche estuvo Chancho-rengo arrojado en la
hojarasca. No estaba muerto: se moría.
Nada iguala la crueldad de lo ciego y el machete meneado
ciegamente le dejó un mechoncillo de
hilachas de vida.
El frío de la madrugada. Una cosa pesaba en su pecho.
Movió casi no podía la mano. Tocó algo
áspero y entreabrió los ojos.
El alba floreaba de violetas los huecos del follaje que
hacía encima un techo.
Le parecía un cuarto. El cuarto de un velorio. Con raras
cortinas azules y negras.
Lo que tenía en el pecho era el guaraguao.
—Aja eres vos, ¿Arfonso? No... No... me comas... un...
hijo... no... muesde... ar...padre... loj...otros...
El día acabó de llegar. Cantaron los gallos de monte. Un
vuelo de chocotas muy bajo: muchísimas.
Otro de chiques, más alto.
Una banda de micos de rama en rama cruzó chillando.
Un gallinazo pasó arribísima.
Debía haber visto.
Empezó a trazar amplios círculos en su vuelo. Apareció
otro y comenzó la ronda negra.
Vinieron más. Como moscas. Cerraron los círculos. Cayeron
en loopings.
Iniciaron la bajada de la hoja seca. Estaban alegres y lo
tenían seguro.
¿Se retardarían cazando nubes?
Uno se posó tímido en la hierba, a poca distancia.
El hombre es temible aún después de muerto.
Grave como un obispo, tendió su cabeza morada. Y vio al
guaraguao.
Lo tomaría por un avanzado. Se halló más seguro y
adelantóse. Vinieron más y se aproximaron
aleteando. Bullicio de los preparativos del banquete.
Y pasó algo extraño.
El guaraguao como gallo en su gallinero atacó, espoleó,
atropello. Resentidos se separaron,
volando a medias, todos los gallinazos. A cierta distancia parecieron conferenciar: ¡qué egoísta! ¡Lo quería para él sólo!
Encendía la mañana. Todos los intentos fueron rechazados.
Un chorro verde de loros pasó metiendo
bulla. Los gallinazos volaron cobardemente más lejos.
Al medio día la sangre del cadáver estaba cubierta de
moscas y apestaba.
Las heridas, la boca, los ojos, amoratados.
El olor incitaba el apetito de los viudos. Vino otro
guaraguao. Alfonso, el de Chancho—rengo,
lo esperó, cuadrándose. Sin ring. Sin cancha. No eran ni boxeadores ni gallos. Encarnizadamente pelearon.
Alfonso perdió el ojo derecho pero mató a su enemigo de
un espolazo en el cráneo. Y prosiguió
espantando a sus congéneres.
Volvió la noche a sentarse sobre la sabana.
Fue así como...Ocho días más tarde encontraron el cadáver
de Chancho—rengo. Podrido y con un
guaraguao terriblemente flaco —hueso y pluma— muerto a su lado.
Estaba comido de gusanos y dé hormigas no tenía la huella
de un solo picotazo.
duérmase por Dios; duérmase niñito que allí viene el cuco, ¡ahahá! ¡ahahá! Y Leopoldo elevaba su destemplada voz meciéndose a todo vuelo en la hamaca, tratando de —¡Er moro! Así lo llamaban porque hasta muy crecido había estado sin recibir las aguas bautismales. —¡Er moro! ¡Jesú, qué malo ha de ser! —¿Y nuá venío tuabía la mala pájara a gritajle? —Iz que cuando uno es moro la mala pájara pare... —No: le saca los ojitos ar moro. San José y la virgen fueron a Belén a adorar al niño y a Jesús también. María lavaba, San José tendía los ricos pañales que el niño tenía, ¡ahahá! ¡ahahá! Y seguía meciendo. El cuerpo medio torcido, más elevada una pierna que otra, sólo la más Más sucio y andrajoso que un mendigo, hacía exclamar a su madre: —¡Si ya nuai vida con este demonio! ¡Vea: si nuace un ratito que lo hei bestío y ya anda como de un Pero él era impasible. Travieso y malcriado por instinto. Vivo; tal vez demasiado vivo. Sus pillerías eran porque sí. Porque se le antojaba hacerlo. Ahora su papá y su mamá se habían ido al desmonte. Tenía que cocinar. Cuidar a su hermanito. Sabía sin duda lo que le esperaba. Pero aunque ya el sol “estaba bastante paradito”, no se preocupaba ¿Qué era jugar un ratito?... Si le pagaban le dolería un ratito y... ¡nada más! Con sobarse contra el Y viendo que el pequeño no se dormía se agachó; se agachó hasta casi tocarle la nariz contra la de él. El bebé, espantado, saltó, agitó las manecitas. Hizo un gesto que lo afeaba y quiso llorar. —¡Duérmete! —ordenó. Pero el muy sinvergüenza en lugar de dormirse se puso a llorar. —Vea ñañito: ¡duérmase que tengo que cocinar! Y empleaba todas las razones más convincentes que hallaba al alcance de su mentalidad infantil. El bebé no hacía caso. Recurrió entonces a los métodos violentos. —¿No quieres dormirte? ¡Ahora verás! Cogiólo por los hombritos y lo sacudió. —¡Si no te duermes verás! Y más y más lo sacudía. Pero el bebé gritaba y gritaba sin dormirse. —¡Agú! ¡Agú! ¡Agú! —Parece pito, de esos pitos que hacen con cacho e toro y ombligo de argarrobo. Y le parecía bonita la destemplada y nada simpática musiquita. ¡Vaya! Qué gracioso resultaba el muchachito, así, moradito, contrayendo los bracitos y las piernitas —¡Ji, ji, ji! ¡Cómo si ase! ¡Ji, ji, ji! Si él hubiera tenido senos como su mamá, ya no lloraría el chico, pero... ¿Por qué no tendría él?... ...Y él sería cuando grande como su papá... Iría... —¡Agú! ¡Agú! ¡Agú! ¡Carambas, si todavía lloraba su ñaño! Lo bajó de la hamaca. —¡Leopordo! —Mande. —¿Nuás visto mi gallina fina? —¡Yo no hei visto nada! Y la Chepa se alejaba murmurando: —¡Si es malo-malo-malo-como er mesmo malo! ¡Vieja majadera! Venir a buscar gallinas cuando él tenía que hacer dormir a su ñaño y cocinar... Y ya ¡Qué gritón el muchacho! Ya no le gustaba la musiquita. Y se puso a saltar alrededor de la criatura. Saltaba. Saltaba. Saltaba. Y los ocho años que llevaba de vida se alegraron como nunca se habían alegrado. Si había conseguido hacerlo callar, lo que pocas veces conseguía... Y más todavía, se reía con él... ¡ Con él que nadie se reía! Por eso tal vez era malo. ¿Malo? ¿Y qué sería eso? A los que les grita la lechuza antes de que los lleven a la pila, son malos... Pero nadie se reía con él. —No te ajuntes con er Leopordo —había oído que le decían a los otros chicos—. ¡No te ajuntes con Y ahora le había sonreído su hermanito. ¡Y dizque los chiquitos son angelitos! —¡Guio! ¡Güio! Y saltaba y más saltaba a su alrededor. De repente se paró. —¡Ay! Lloró. Agitó las manos. Lo mismo había hecho el chiquito. —¿Y de onde cayó er machete? Tornaba los ojos de uno a otro lado. —¿Pero de onde caería? ¿No sería er diablo? Y se asustó. El diablo debía estar en el cuarto. —¡Uy! Sus ojos se abrieron mucho... mucho... mucho... Tanto que de tan abiertos se le cerraron. ¡Le entró tanto frío en los ojos! Y por los ojos le pasó al El chiquito en el suelo... y él viendo: sobre los pañalitos... una mancha como de fresco de pitahaya... Pero ya no lloraba. —¡Ñañito! No, ya no lloraba. ¿Qué le había pasado? ¿Pero de dónde cayó el machete? ¡El diablo! Y asustado salió. Se detuvo apenas dejó el último escalón de la escalera. ¿Y si su mamá le pegaba? Volvió a subir... Otra vez estaba llorando el chiquito... ¡Sí! Sí estaba llorando... ¡Pero cómo lloraba! —¡Oi! ¡Cómo se ha manchao! ¡Y qué colorao! ¡Qué colorao questá! ¡Si toíto se ha embarrao! Fue a deshacerle el bulluco de pañales. Con las puntas del índice y del pulgar los cogía: ¡tanto miedo Eso que le salía era como la sangre que le salía a él cuando se cortaba los dedos mientras hacía Eso que le salía era sangre. —¿Cómo caería er machete? Allí estaba el diablo... El diablo. El diablo. El diablo. Y bajó. No bajó. Se encontró sin saber cómo, abajo. Corrió en dirección “al trabajo” de su papá. —¡Yo no hei sío! Yo no hei sío. Y corría. Lo vio pasar todo el mundo. Los hijos de la Chepa. Los de la Meche. Los de la Victoria. Los de la Carmen. Y todos se apartaban. —¡Er malo! Y se quitaban. —¿Lo ves cómo llora y cómo habla? ¡Se ha gorbido loco! ¡No se ajunten con él que la lechuza le ha Pero él no los veía. El diablo... su hermanito... ¿cómo fue? El diablo... El malo... El... ¡El que le decían el malo! —¡Yo no jui! ¡Yo no jui! ¡Si yo no sé! Llegó. Los vio de lejos. Si les decía le pegaban... No: él les decía... Y avanzó: —¡Mama! ¡Taita! —¿Qué quieres vos aquí? ¿No te dejé cuidando ar chico? Y lloró asustado. Y vio: El diablo. Su hermanito. El machete. —Si yo no jui... ¡Sólito no más se cayó! ¡Er diablo! —¿Qué ha pasado? —En la barriguita... ¡pero yo no jui! ¡Si cayó sólito! ¡Naiden lo atacó! ¡Yo no jui! Ellos adivinaron. ¡Y corrieron! Él asustado. Ella llorosa y atrás. ¡Leopoldo con un espanto más grande que la alegría de Para todos pasó como algo inusitado ver corriendo como locos a toda la familia. Algunos se reían. Otros se asustaban. Otros quedaban indiferentes. Los muchachos se acercaban y preguntaban: —¿Qué ha pasao? Hablaban por primera vez en su vida al malo. —¡Yo nuei sío! ¡Jue er diablo! Y se apartaban de él. ¡Lo que decía! Y subieron todos y todos vieron y ninguno creyó en lo que veía. Sólo él —el malo— asustado, tan Y sus ojos interrogaban a todos los rincones. Creía ver al diablo. La madre lloró. Al quitarle los pañales vio con los ojos enturbiados por el llanto lo que no hubiera querido ver... Pero ¿quién había sido? Juan, el padre, explicó: como de costumbre él había dejado el machete entre las cañas... él, nadie más No. Ellos no lo creían. Había sido el malo. Ellos lo acusaban. Leopoldo llorando imploraba: —¡Si yo no jui! Jue er diablo. —¡Er diablo eres vos! —¡Yo soy Leopordo! —Tu taita ej er diablo, no don Juan. —Mentira —gritó la madre ofendida. Y la vieja Victoria, bruja y curandera, arguyó con su voz cascada: —¡Nuasido otro quer Leopordo, porque ér ej er malo! ¡Y naiden más quer tiene que haber sido! Leopoldo como última protesta: —¡Yo soy hijo e mi taita! Todos hacían cruces. Había sido el malo. Tenía que ser. Ya había comenzado. Después mataría más. —¡Hay que decirle ar Político er pueblo! Se alejaban del malo. Entonces él sintió repulsión de ellos. Fue la primera vez que odió. Y cuando todos los curiosos se fueron y quedaron solos los cuatro, María, la madre, lloró. Mientras María vio al muerto... ¡Malo, Leopoldo, malo! ¡Mató a su hermanito, malo! Pero ahora vendría el —¡Yo no hei sío, mama! La vieja Victoria subió refunfuñando: —¡Si es ques malo de nación: es ér, er malo, naiden más que ér! María abrazó a su hijo muerto... ¿Y el otro? ¿El Leopoldo ?... ¡No, no podía ser! Corrió, lo abrazó y lo llevó junto al cadáver. Y allí abrazó a su hijo muerto y al vivo. —¡Mijito! ¡Pobrecito! —Le gritó la lechuza... El machete viejo, carcomido, manchado a partes de sangre, a partes oxidado, negro, a partes plateado, —¡Es malo, malo Leopoldo! |
holi
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ResponderEliminar455s4fdsaj<axuk<ihdy<u
ResponderEliminarholiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
Gracias
ResponderEliminarSi
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